Tras una semana de desconexión ya se imaginaran que llegamos al Pacífico, y menos mal que íbamos bendecidos, porque en Portoviejo casi nos toca entregar hasta las cucharas, pero la gente del pueblo nos aviso enseguida que los malos nos estaban haciendo ojitos y nos colaboraron, menos mal, porque estaban armados y ante esa pues... uno ya no puede hacer mas que regalar lo que con tanto trabajo consiguió... pero una vez mas nos acompañaba el orden de las cosas y salimos airosos.
La salida de la sierra fue muy graciosa, descendimos desde el páramo, 3500m, a la costa, y después de los páramos está el bosque de niebla, que impresión manejar en una carretera así, sin iluminar y en completo blanco y con esas últimas montañas, cultivos y la cholita que nos pidió un dólar por la foto, nos despedimos del frío de la sierra, de los indígenas con sombrero, de los paisajes de cultivos, de las llamitas y vacas gordas para volver a respirar un ambiente de salitre, sol intenso de mediodía y noches en vela por el calor y los mosquitos.
Llegamos a Puerto Cayo, un pequeño pueblo de pescadores donde aún no ha llegado el turismo internacional de forma masiva, un lugar tranquilo donde nos apeteció quedarnos unos días y trabajar con la comunidad, que aunque las escuelas y colegios ya estaban saliendo a vacaciones, el cine en la plaza siempre es algo agradable, sobre todo cuando no hay otras alternativas. Pero nos encontramos con una sorpresa que nos dejo de piedra, sobre todo por la falta de implicación de los dirigentes de la comunidad de Porto Cayo. Nos dijeron que no, que ya había unas extranjeras dando inglés y que sería demasiado... ¿Y desde cuando algo bueno es demasiado?, bueno entonces le insistimos en el cine para niños y juegos en la plaza, e igual, que no, quizás en otro momento, bla, bla... y aún no le habíamos hablado de la contraprestación, es decir, se pensaba que no le íbamos a solicitar ningún tipo de colaboración, si llega a saber... en fin, que por gente así es por lo que lo pueblos no avanzan. Así que como llegamos en jueves decidimos pasar el fin de semana allí.
Conocimos a Fernando, Foki o mas conocido como el gordo, que nos dejo dormir en su cabaña en la playa esos días, así con la brisita del mar uno no pasa tanto calor a las noches.
Fuimos a ayudar a los pescadores al anochecer a recoger las lanchas y con las empujadas nos dieron pescado fresco para comer tres días, varios langostinos de unos 15 cm y cangrejos. Los comimos asados, fritos, con limón... nos dimos la vida del costeño, mar, pescado, sol y siesta, no todos son así, pero si una gran mayoría.
Y para empujar una lancha, con la fuerza del mar, al menos eran necesarias unas ocho o diez personas, por eso los pescadores agradecían tanto la ayuda. Nos regalaron un caballito de mar que había aparecido entre las redes, que penita nos dio, porque aún estaba vivo cuando nos lo entregaron, pero ya no se podía hacer nada por el.
Y este es el momento de la empujada, a juzgar por la posición de las piernas estaban haciendo tremenda fuerza.
El pacífico, para los que no lo conocen es un mar caliente, al contrario que el atlántico, que uno se lo debe pensar varias veces antes de zambullirse, y las olas rompen con mucha fuerza y cogen buena altura como para surfear. Por aquí ya se empiezan a ver muchos surfistas que se hacen la llamada Ruta del sol, que es la costa ecuatoriana. Por ejemplo en el Caribe, que es como una piscinita fresca, el surf era un sueño para muchos.
Tiene buena presencia cierto? pasamos el fin de semana en nuestra cabaña prestada y disfrutamos de este maravilloso paisaje, que gracias aún es semi virgen. Juanchito también probo el mar, y aunque el es costeño no le gusta ni el sol, ni el mar ni el agua, pero no se pudo escapar al chapuzón.
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